¿Quién dice que las mujeres casadas no hablamos de amor?

Hay un tipo de novelas de amor que a mí me gusta especialmente: las historias de segundas oportunidades. O el redescubrir y enamorarte de alguien que ya conocías. Y dentro de estas, me encantan unas que son casi rarezas porque las protagonizan una pareja estable o un matrimonio.  Son rarezas porque aunque el matrimonio (o similar; a mí me valen alternativas menos convencionales) es el ansiado broche feliz de cualquier novela romántica que se precie, parece ser que lo que ocurre diez, quince o veinte años después, no nos interesa demasiado como lectoras. No queremos leer ni hablar mucho de eso. Será porque ya no está la emoción del periodo de enamoramiento, ni las mariposas en el estómago, ni la sensualidad, ni el deseo sexual constante e irresistible, como ocurre en las historias románticas habituales. Lo que sí está es la vida real, el día a día, las preocupaciones de cada uno, los niños/adolescentes, el trabajo, los conflictos normales de la convivencia en  pareja.

Hablando sobre esto y otras ideas variopintas para novelas, una amiga me dijo: “es que no quiero leer sobre lo que tengo en casa; quiero volver a enamorarme en cada historia que leo, volver a vivir esa emoción”. Porque en su matrimonio no siente ya esa emoción del principio. Lo normal, vamos. Las relaciones cambian y evolucionan en igual medida que evolucionamos nosotros como personas. Con el paso de los años, cambia lo que le pedimos a nuestra pareja, a nuestra relación, a nuestra idea de “felicidad individual” y “felicidad conyugal”. Y menos mal. Sin embargo, creo que siempre debe haber unas bases sólidas e inamovibles a las que aferrarse cuando la cosa se tambalea: que siga existiendo amor, atracción, respeto y ganas de esforzarse un poco para solucionar desajustes y desencuentros. Sin eso, apaga y vámonos.

Esto me hizo recordar un par de libros de amor que me gustaron mucho en su día: uno era “Las mujeres casadas no hablan de amor”, de Melanie Gideon, y el otro “Mírame a los ojos”, de Sarah Pekkanen. Son muy distintos pero ambos tienen en común historias de amor contemporáneas de parejas ya casadas, que por una razón u otra, viven un momento de conflicto, de distanciamiento. 

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“Las mujeres casadas no hablan de amor” (ojito a la traducción del título: en inglés era “Wife 22”) es una novela original, deliciosa y divertida en la que Alice, esposa de William, madre de dos hijos adolescentes y profesora de una actividad de teatro infantil en el cole, está en ese momento de su matrimonio en que la rutina parece formar parte de la pareja y ella parece haberse vuelto invisible. Insignificante. Como cuando escuchó decir a su marido en la cena de empresa a la que le acompañó que ella llevaba una “vida pequeña”; es decir, poco interesante. O como cuando se entera a través de una compañera de él de que tiene problemas en el trabajo que no le ha contado.

El caso es que Alice acepta participar en uno de esos estudios de no-sé-qué-universidad sobre “El matrimonio del s XXI” en el que le asignan un investigador anónimo y un número (Esposa nº 22) para preservar en todo momento la confidencialidad del trabajo.  Lo único que debe hacer es rellenar un largo cuestionario online que le hace recordar y reflexionar sobre cuándo, cómo y por qué se enamoró de su marido, cuáles fueron los buenos y los malos momentos juntos, sus hábitos, sus manías… es decir, una revisión en toda regla de su vida de pareja que, en un momento dado, comienza a comentar vía email, primero, y por Facebook después, con el atento investigador anónimo.

No se trata de desvelar aquí toda la historia, simplemente me gustó porque retrata con humor, acierto y un original manejo de distintas formas narrativas —cartas o emails, escenas de teatro, cuestionarios, mensajes en redes sociales—, ese momento de dudas y distanciamiento en la pareja; las renuncias que hacemos sin apenas darnos cuenta; la importancia de mantener los intereses propios de cada cual pero también los comunes; la siempre escurridiza y maltratada comunicación/intimidad o el llegar a reconocer, al cabo de los años, quiénes somos ahora y qué queremos.  Y por supuesto, también me gustó cómo toda la historia desemboca en un final previsible aunque feliz —no deja de ser una historia de amor—.  (Ah, el misterio… ¡Qué gran poder de seducción! Aunque… no sé si tanto como la capacidad de escuchar, empatizar y comprender. ¡Tomad nota, chicas y chicos!)

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Esto también me ha hecho pensar en esa verdad comúnmente aceptada pero no asimilada, según la cual, nunca podrás cambiar a una persona. Es decir, por más que lo intentes, no vas a conseguir cambiar a tu chico, que tú eres perfecta ;-).  (“¡Cuando te casaste conmigo yo ya era así! ¡Ya sabías lo que había!”) Y tiene razón. No creo que nadie pueda cambiar a nadie pero sí creo que cada uno puede cambiarse a sí mismo para adaptarse a cada momento vital. Creo que eso es lo realmente importante en una pareja: que ambos sepan en qué momento es necesario madurar y evolucionar para continuar avanzando en la relación y no estancarse o distanciarse.

La segunda novela, “Mírame a los ojos”,  es algo distinta. Julia y Michael son un matrimonio relativamente joven, sin hijos, que llevan mucho tiempo juntos, casi desde el instituto. Juntos se marcharon de su pueblo en busca de más oportunidades en la ciudad; juntos progresaron y prosperaron hasta el punto de que él se ha convertido en CEO fundador de su propia y exitosa empresa, y ella lleva una pequeña compañía de catering. Desde fuera parecen el matrimonio perfecto y exitoso… hasta que a Michael se le detiene un día el corazón durante unos minutos. Cuando se recupera, todo su afán es volver a la vida sencilla que llevaban cuando empezaron y reconquistar el amor de su mujer, un amor que había dejado atrás en la larga lista de sus prioridades profesionales. Y ella… ella no sabe cómo enfrentarse ahora a este hombre que hace tiempo dejó de ser el Michael del que se enamoró y ya apenas si reconoce.

Lo bonito de esta novela no es sólo la historia, lo bien que están definidos los personajes, lo bonito que está contado, sino también cómo refleja  valores y aspiraciones que hasta no hace mucho (¡maldita crisis!), eran muy reconocibles a nuestro alrededor: la necesidad de éxito y reconocimiento social, el priorizar el tener sobre el ser o las apariencias sobre las cosas más auténticas y reales; el relegar la vida personal en pos de una carrera profesional que te termina aislando…  Me pareció una historia de pareja bastante común: dos personas que comienzan con mucho amor e ilusión hasta que, en un momento dado, uno de los dos (normalmente, él), define sus propios objetivos comunes sin contar con la otra persona, diciéndose que lo hace por el bien de los dos, por el futuro de una familia en la que él apenas si aparece. Ese es el principio del fin.

(Aviso: “Mírame a los ojos” es una novela agridulce porque aunque es preciosa y romántica, tiene un final… sorprendente. Un final adecuado, aunque no exactamente “feliz”).

Y a vosotras… ¿qué opináis de este tipo de historias con una pareja ya afianzada como protagonista? ¿Os interesan? ¿Habéis leído alguna novela con un planteamiento similar que os haya gustado? ¡Decídmelas, me interesan!

 

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