Estos días sale publicado mi nuevo libro, “Te llamaré Celia”, una novela sobre la vida de la escritora Elena Fortún creadora de Celia, el personaje que encandiló durante décadas a varias generaciones de niñas españolas. De entre las nacidas antes de los años 70 del pasado siglo, ¿quién no ha oído hablar de los libros de Celia?
Recuerdo que por nuestra casa familiar había un par de ejemplares antiguos que debieron de pertenecer a mi madre. Hace poco le pregunté qué sabía de su autora, de Elena Fortún, —cuándo vivió, cuándo murió—, pero no supo decirme nada. Había sido la autora más vendida de la editorial Aguilar durante años, una auténtica best-seller de su tiempo, y sin embargo, era una auténtica desconocida para casi todos.
Me crucé con ella por primera vez al investigar los años 20 del siglo XX, una época que me atraía especialmente. Descubrí que Elena era buena amiga de mi admirada María Lejárraga; que fue una escritora tardía, inesperada, prolífica e incansable. Y dotada de una sensibilidad especial para captar las lógicas del mundo infantil frente a la racionalidad de los adultos.
Encarnación Aragoneses (ese era su verdadero nombre), infelizmente casada con un militar de vocación literaria frustrada, madre de dos hijos; ávida lectora aunque con escasa formación, tuvo que llegar a la mediana edad para emprender su propio camino de búsqueda de su identidad personal, literaria y sexual. Ese camino fue el que la llevó a convertirse, casi sin pretenderlo, en la escritora Elena Fortún que alumbró a Celia, una niña de su tiempo, ingeniosa, preguntona, imaginativa; quizás tanto como ella misma.
Pre-modernas, a su pesar
Elena Fortún
Era la España de la modernidad y las vanguardias artísticas, de la Edad de Plata de las ciencias y las letras, de la (cautelosa) apertura a la Europa de entreguerras. Fue la época en que muchas de las jóvenes salieron de sus casas y se incorporaron a la universidad, al trabajo, y algunas incluso a la política, desde donde reivindicaron la igualdad de las mujeres y el derecho al voto.
Eran los tiempos de la Residencia de Señoritas y del Lyceum Club, lugar de reunión de todas esas señoras y señoritas modernas con inquietudes culturales, sociales e intelectuales que encontraron en aquellas salas su propio espacio de libertad, autoconciencia femenina y realización profesional. También Elena halló allí su sitio, junto a un grupo de brillantes mujeres —artistas, escritoras, poetas, filósofas, dramaturgas—, entre las cuales, además de amistad y apoyo incondicional, encontró el amor, un amor cómplice y prohibido.
Una generación entera de mujeres invisibilizadas por nuestra Historia
Con la guerra civil y la dictadura posterior, esa generación de mujeres tuvo que decidir si huir al exilio o quedarse y aceptar que las devolvieran al lugar del que muchos pensaban que nunca deberían haber salido: el hogar. Elena optó por el exilio en Argentina, de donde regresó a España para morir poco después, tal día como hoy, un 8 de mayo, aunque de 1952.
Los nombres de todas ellas, Elena Fortún, María Lejárraga, Zenobia Camprubí, Carmen Baroja, Isabel Oyarzábal, Clara Campoamor, Victoria Kent, Victorina Durán, Maruja Mallo, Ernestina de Champourcín, Concha Méndez y muchas otras que sería muy largo recoger aquí, fueron borradas de nuestra historia y de nuestra memoria femenina colectiva, huérfana de referentes. Todo esfuerzo por recuperarlas es poco.
Si dijera que ha sido una historia fácil de contar, mentiría. Durante más de un año, he convivido con Encarna en mi cabeza (para mí siempre será Encarna), intentando conocerla, entenderla, interpretarla, interiorizarla hasta el tuétano. He reído y llorado con ella al despedirla en la frase final y sé que, por muchas otras novelas que escriba, Encarna se quedará conmigo para siempre.
“Te llamaré Celia” está a la venta en librerías y plataformas digitales.
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