No debería, pero en mi caso, creo que sí. Ha habido etapas de mi vida en las que me he sentido más esposa (o pareja, da igual), en otras me he sentido más madre; y más recientemente, predomina el sentimiento de ser mujer o simplemente, el poner más atención en mí misma.
Lo realmente sano y saludable sería que no predominara ninguno, que convivieran todos en buen equilibrio y armonía: siempre necesitas un espacio para ti, necesitas un espacio con tu pareja, y estar ahí cuando tus hijos te necesitan, que ahora ya es mucho menos.
Lo que ocurre es que todo esto no es tan fácil de gestionar cuando entra en juego la vida cotidiana, las obligaciones, nuestras responsabilidades –las que tenemos y las que nos cargamos a la espalda– y nuestros sentimientos de culpa. Todo cuenta para inclinar la balanza a un lado u otro. Y, en mi caso, el primer sombrero que me solía quitar sin ningún problema era el de mis propios intereses y aficiones. Y la verdad es que, si soy sincera conmigo misma, no tengo esa sensación de haberme perdido nada. ¿Podría haber hecho cosas que me apetecían más? ¿Podría no haber dejado de lado aficiones que tenía, como escribir? Seguro que sí, pero no lo considero una renuncia. Fue una elección. Tenía suficiente con dedicarme a mi trabajo, mis hijos y mi pareja.
Ahora estoy en otra etapa, una etapa de cambio, de renovación. Ni mejor ni peor: distinta. Porque todo en la vida es evolución y cada experiencia que vivimos nos cambia poco a poco, sin darnos cuenta. Soy la misma, y soy otra.
Supongo que mi esencia, aquello que nos define desde la infancia, sigue siendo la misma pero mi mirada y mi actitud ante lo que me rodea y me importa ha cambiado, moldeada por mi vida, mi pareja, mis hijos, mis amigos, el trabajo, los viajes, los deseos frustrados y los cumplidos. Lo bueno y lo malo.
Por eso, algún libro que he releído hace poco, ya no significaba para mí lo mismo que cuando lo leí con 20 años. O con 30 años. Tampoco leo el mismo tipo de libros. Las preguntas que me hago ahora son distintas a las que me hacía entonces, y supongo que por eso también han cambiado mis gustos literarios. Del mismo modo que hay personas y lugares que ya no me marcan como me marcaban. O ideas que ya no comparto o he relativizado. Todo cambia.
Espero del amor otras cosas, vivo el sexo de otra manera (¡creo que mejor! esto daría para más de un post, que algún día escribiré); también mi relación conmigo misma es ahora diferente, soy un poquitín más tolerante con mis imperfecciones, me acepto tal cual soy (aunque hay cosillas que siempre me gustaría mejorar) y me lanzo a por lo que quiero; con mil inseguridades, sí, pero me lanzo. Porque por fin he entendido que en el viaje está la diversión.
Y vosotras, ¿cómo conjugáis esas facetas de mujer, madre y esposa?
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