Mis mejores lecturas de 2024

Ha sido un año extraño en lo que lecturas se refiere porque, al repasar mi lista, me he dado cuenta de que hay menos novela de lo habitual, aunque más ensayo o no ficción y algún que otro poemario. Tampoco ha sido un año prolífico en lecturas memorables o que me hayan entusiasmado; las ha habido, pero han sido menos que otros años.

Supongo que en parte es porque he leído menos y he releído más; y en parte porque creo que no hay nada peor que leer un libro en el que has puesto ciertas expectativas, las que sean. Y yo he escogido unos cuantos libros con ese condicionante fatal, que desemboca, normalmente, en una decepción injusta. Y no por la calidad, el estilo o el tema del libro, sino porque esperaba otra cosa.

Aún así, ha habido unos cuantos títulos que recomendaría sin dudarlo. De entre todos ellos, he escogido una selección arbitraria de libros con distintas temáticas, géneros y estilo que destacaría de este 2024.

El cuaderno prohibido, de Alba de Céspedes

El cuaderno prohibido, Alba de Céspedes

Al terminar esta magnífica novela, no entendía cómo su autora, Alba de Céspedes, italiana de ascendencia cubana, había podido caer en un oscuro olvido literario desde su muerte, a finales de los años 90. En algún sitio leí que podría deberse a que sus novelas se etiquetaban de “femeninas” (sobre mujeres, para mujeres). No me extrañaría mucho. En realidad, su escritura es incisiva, inteligente, moderna desborda esa etiqueta y cualquier otra que se le pudiera poner para hablar sobre la condición de la mujer en aquella Italia del posfascismo y la posguerra de finales de los años 40 y 50. Valeria Cosseti, la protagonista de esta novela, una mujer de cuarenta y tantos, casada y con dos hijos jóvenes (Riccardo y Mirella), ha sentido el impulso repentino de comprar un cuaderno. En él empieza a escribir a escondidas un diario que es una ventanita abierta a su vida y sus reflexiones sobre su condición de esposa, madre y mujer, con sus aspiraciones y frustraciones.

«Ahora, detrás de todo lo que hago y digo, está el cuaderno. Mi vida siempre me ha parecido bastante insignificante, sin nada reseñable más que mi boda y el nacimiento de mis hijos. Pero desde que he empezado a escribir un diario, casi por casualidad, me parece descubrir que una palabra o un matiz pueden ser tanto o más importantes que los hechos que solemos considerar como tales».

Lucy y el mar, de Elizabeth Strout

Elizabeth Strout tiene una forma de narrar aparentemente sencilla, cercana, tan íntima, que los personajes de sus novelas parecen deambular por el salón de tu casa, contándote sus vivencias. En el caso de “Lucy y el mar” esta sensación de cercanía se vuelve especialmente real en el personaje de Lucy, una suerte de alter ego de la autora, mujer de avanzada edad y escritora como ella, cuya voz posee un carácter propio y muy peculiar, casi oral, parecido al discurrir del pensamiento en voz alta, que no es sino la expresión de la personalidad de la protagonista, tanto en el estilo como en el contenido.

Lucy rememora los inicios de la pandemia en su entorno cercano con el mismo sentimiento de incredulidad o escepticismo que teníamos muchos de nosotros en aquellos primeros días. Es su exmarido, William, un científico jubilado, quien la obliga a abandonar con él Nueva York e instalarse en una casita aislada frente al mar, cerca de un pueblecito perdido en la costa de Maine. A partir de ahí, la voz ingenua y compasiva de Lucy nos envuelve en el recuerdo de sus vivencias a lo largo del año que permanecieron en ese lugar su exmarido y ella, apartados de todo el mundo, de sus hijas, de sus amigos, de su familia, y al mismo tiempo, temiendo por la suerte de todos ellos.

Una vez que la voz de Lucy te atrapa, resulta difícil escapar de un relato que nos habla de lo mejor y lo peor del espíritu humano ante la amenaza de lo desconocido, visto a través de su mirada siempre empática. Así que, cuando llegas al final, te das cuenta de que llevas a Lucy en el corazón y no quieres desprenderte de ella; eso es lo que hace Strout con esta novela.

«Esto es lo que no sabía aquella mañana de marzo: no sabía que no volvería a ver mi casa. No sabía que una amiga mía y un miembro de mi familia morirían por el virus. No sabía que la relación con mis hijas cambiaría de una manera que jamás había podido prever. No sabía que mi vida entera se convertiría en algo nuevo».

El pacto del agua, de Abraham Verghese

Ha sido una de esas lecturas a las que llegas sin buscarlo, por una recomendación cazada al vuelo de alguien a quien no conoces de nada. Para ser del todo sincera, la verdad es que me atrajo por un elemento que me resulta irresistible: India. Se trata de una historia familiar ambientada en aquel país, cuya cultura me atrae muchísimo. Hasta ahora, ninguna de las novelas sobre India que he leído me han decepcionado, aunque hayan sido escritas por escritores indios educados en Inglaterra o Estados Unidos, como es también el caso de esta.

Su autor, Abraham Verghese, hijo de un matrimonio originario de Kerala emigrado a EEUU, combina el ejercicio y enseñanza de la medicina en la Universidad de Stanford con la escritura. En El pacto del agua cuenta la vida de una familia de Kerala aquejada de una extraña aflicción relacionada con el agua: en cada generación, al menos uno de sus miembros muere ahogado.

La novela arranca en el año 1900 con la llegada a la comarca de Parambil, en Kerala, de una niña a la que han desposado con el cabeza de familia, un hombre de cuarenta años, viudo y con un hijo de corta edad. Desde ese momento, la historia familiar discurre a lo largo del siglo XX, en paralelo a los avances sociales, técnicos y médicos que transforman el país y en concreto, esa región de mayoría cristiana. Pero, al mismo tiempo, es también la historia del empeño de una niña convertida con el tiempo en matriarca de la familia, por averiguar el origen de la enigmática aversión al agua que ella cree vinculada a alguna oculta malformación heredada de padres a hijos que, llegado el momento, la medicina podrá investigar.

El hogar de la joven recién casada y su novio viuda se encuentra en Travancore, en el extremo meridional de la India […]. El agua ha dado forma a la tierra, y su gente está unida por un idioma compartido: el malabar. […] Ese mundo engendró un pueblo, los malayalis, tan móvil como el medio líquido que los rodea, de gestos fluidos y pelo derramado sobre los hombros, siempre dispuestos a soltar carcajadas mientras van flotando de la casa de un pariente a la de otro, pulsando y deambulando como globos sanguíneos en un sistema circulatorio propulsado por los latidos del gran corazón del monzón.

El mejor error de Anna, de Marian Keyes

Soy muy fan de las novelas de Marian Keyes, de sus personajes femeninos un tanto extravagantes, del humor tragicómico que destilan sus tramas en una Irlanda muy reconocible pero, sobre todo, me gusta su valentía y habilidad a la hora de entretejer temas sociales conflictivos como pueden ser las adicciones, el aborto o la violencia de género con la historia de amor sobre la que gira la novela.

En realidad, cualquiera de sus novelas, empezando por Sushi para principiantes o Un tipo encantador, hasta la serie de las hermanas Walsh a la que pertenece El mayor error de Anna, son adictivas, tiernas, divertidas; muy recomendables.

En El mayor error de Anna, Keyes retoma el personaje de Anna en plena crisis de la madurez. Vive en Nueva York con un hombre maravilloso y comprensivo, trabaja como ejecutiva de relaciones públicas en una firma de cosmética, es feliz… hasta que llega la pandemia. Confinada en su precioso piso neoyorkino comienza a cuestionarse su vida, su carrera profesional y hasta su relación de pareja con ese «hombre maravilloso» al que, de repente, ya no soporta.

Echa de menos su familia, sus hermanas, su país, así que lo deja todo y decide regresar a Irlanda. Unos amigos que acaban de poner en marcha un negocio hostelero en un pueblecito costero le piden ayuda profesional para resolver un problema surgido con los habitantes del pueblo y, sin otra cosa que hacer, Anna se traslada allí sin saber que tendrá que trabajar con Joey, un mujeriego guapísimo del que se enamoró en sus años de juventud y con quien mantuvo una relación de idas y venidas que nunca llegó a cuajar.

«Bueno Anna, ¿cuál es tu plan?
¿Que cuál era mi plan? ¿Qué sentido tenía siquiera planteármelo si Joey iba a darme la patada?
—Hablaré con la gente, como tú propones. Tantearé cómo están los ánimos y a lo mejor convoco una reunión para que todo el mundo pueda expresar su punto de vista. […]
—Suena bien, pero no parecerás muy de Manhattan, ¿verdad? Dime que no te pasearás por ahí con unos Louboutin afilado y una falda de tubo. Es importante que no des una imagen demasiado corporativa».

Mañana y tarde, de Jon Fosse

Vaya por delante que, aunque es un libro de una belleza poética deslumbrante y profunda, el estilo narrativo de Jon Fosse, escritor noruego galardonado con el premio Nobel de literatura en 2023, puede resultar al principio un poco chocante. Luego, una vez te sumerges de lleno en el devenir del flujo de conciencia de Johannes, el personaje, te adaptas a su ritmo, al estilo del texto corrido sin puntuación, sin párrafos ni pausas, aparentemente sin principio ni fin.

Mañana y tarde surge como metáfora de lo efímero de la vida, del nacimiento a la muerte, porque de eso trata esta obra, de la existencia humana y aquello que le da sentido a la vida de Johannes: la amistad, la familia, el amor, la lucha por la supervivencia en un entorno hostil como es una pequeña isla aislada en algún lugar de la costa noruega.

Y hasta aquí puedo hablar. No quiero revelar mucho más porque creo que destruiría la esencia de esta novela tan breve y tan intensa como la vida misma.

«Y ahora un niño chico, el niño Johannes, verá la luz del mundo, […] ha pasado de no ser nada a ser una persona, una personita, y mientras su madre Marta grita de dolor, el niño vendrá al frío de este mundo y aquí estará solo, separado de Marta, separado de todos los demás […] y cuando llegue su hora, se descompondrá y volverá a la nada de la que salió, de la nada a la nada, ese es el curso de la vida para las personas, los animales, los pájaros, los peces, las casas, las herramientas, para todo lo que existe, piensa Olai».

La mujer singular y la ciudad, de Vivian Gornick

Existe una lista de admirables autoras norteamericanas que despuntaron en la segunda mitad del siglo XX como intelectuales con una mirada diferente, crítica, a veces irónica, sobre la sociedad y el estilo de vida norteamericano. Una de estas autoras es Vivian Gormick (Nueva York, 1935) periodista, feminista militante y escritora de una obra basada en su experiencia vital, que ella exprime como valioso material narrativo para reflexionar sobre la vida, las relaciones personales, la amistad, el amor romántico, la escritura o el feminismo.

La mujer singular y la ciudad es un magnífico ejemplo de eso. En ella, Gornick escribe una especie de memorias muy sui generis a partir de recuerdos, anécdotas curiosas, conversaciones hilarantes cazadas al vuelo en las calles de Nueva York y todo tipo de reflexiones sobre lo que ha marcado su larga vida. Todo ello con su personalísimo estilo narrativo: ágil, irónico, afilado e inteligente. Una delicia.

«…Tengo esa inquietante sensación de que un lenguaje enterrado a mucha profundidad me recorre los brazos, las piernas, el pecho, la garganta. Si lograra que llegase al cerebro, tal vez podría empezar la conversación que tengo pendiente conmigo misma».

Vivian Gornick aparece también en el estupendo Una habitación compartida de Inés Rodrigo que reseñé hace tiempo en este blog.

Y tú, ¿qué libro o libros recomendarías de los que has leído este año? Me encantaría empezar a apuntar posibles lecturas para el año que va a comenzar. ¡Cuéntamelo en los comentarios!

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