Apenas las conocemos. Eran escritoras, pintoras, poetas, filósofas, arqueólogas. Mujeres sin nombre la mayoría de ellas, que vivieron a caballo entre finales del siglo XIX y principios del XX, sorteando obstáculos, prejuicios, creencias, para ejercer su vocación como buenamente podían o las dejaran.
Rascas un poquito en nuestra Historia reciente (y en la antigua, da igual) y aparecen semiocultas, casi intuidas, las historias de aquellas mujeres incombustibles: las Carmen de Burgos, las Marujas Mallo, las Marías de Maeztu, las Sofías Casanova, las Conchas Méndez y las Marías Lejárraga (o María Martínez Sierra, como quería que la llamaran, adoptando el apellido de su marido), que es la protagonista de esta novela de Vanessa Montfort.
En La mujer sin nombre, Montfort recrea la vida de María Lejárraga, de quien se rumoreaba que era autora o coautora de muchas de las obras que su marido, Gregorio Martínez Sierra, autor teatral de enorme éxito en la España del primer tercio del siglo XX, firmaba como propias. Sería muy fácil reducir la historia del matrimonio a la del esposo autoritario que explota el talento literario de ella para cumplir sus ambiciones, a fin de cuentas, la situación de la mujer en aquella época estaba subordinada al hombre, entraba dentro de lo posible.
Sin embargo, como en todas las relaciones, todo es más complejo de lo que parece. ¿Por qué razón alguien inteligente, instruida, fuerte como era María habría aceptado algo así? ¿Cómo surgió esa asociación creativa entre ambos? ¿Cómo pudieron ocultarlo ante tanta gente? Y sobre todo, ¿por qué mantuvo el acuerdo y guardó silencio sobre ello tanto tiempo, incluso después de sus infidelidades y de separarse de él?
Así los recordaría en el futuro: secuestrados al lado de la estufa con un café humeante entre sus manos, esbozando futuras comedias… Y se sentía feliz porque ese había sido su sueño, poder trabajar con alguien a quien amaba. ¿No quería decir eso que la respetaba intelectualmente? ¿No era eso igualdad?
Un nombre escondido entre bambalinas
Vanessa Monfort profundiza en el personaje de María Lejárraga en busca de respuestas a través de otro personaje, el de Noelia Cid, directora teatral a la que le encargan representar ahora, en el siglo XXI, Sortilegio, una obra de Gregorio Martínez Sierra que jamás llegó a estrenarse.
Poco antes de empezar, descubre que los viejos manuscritos y notas que se conservan están en manos de la familia de María y que, además, ella los corregía, así que se propone averiguar todo lo que pueda sobre esa obra olvidada a fin de llevarla al escenario lo más fielmente posible. A a lo largo de esa investigación, Noelia va descubriendo detalles que la llevan a cuestionar la verdadera autoría de la obra.
No sé si eres consciente de lo que tienes entre manos, Noelia. Imagina a un autor capaz de vivir cien años y de publicar noventa obras entre poesía, prosa, ensayo político, guion y teatro. Imagina que ha escrito Canción de cuna, uno de los textos más representados de su época, llevado al cine en más de una ocasión. Imagina que se enamora de la música y da a luz los libretos de El amor brujo, El sombrero de tres picos, Margot o Las golondrinas. […] Ahora imagina que también fue capaz de mantener su nombre siempre oculto. […] Ahora imagina que uno de sus nombres es de mujer.
Historia de dos mujeres
Lo mejor de la novela (en mi opinión), además del estilo ágil, fresco y rico de Montfort, es esa feliz simbiosis entre las dos historias paralelas en que se estructura la novela: la del presente, protagonizada por la investigación de Noelia en torno a la figura de María a partir de datos y documentos existentes, y la historia del pasado que recrea la vida de María desde su boda con Gregorio, sus primeros éxitos teatrales conjuntos, su amistad con Juan Ramón Jiménez, con Manuel de Falla, y con otros grandes personalidades de la cultura española. Ambas historias se entrelazan, alimentan y nos llevan a los lectores sin respiro por un viaje emocionante en busca de la verdad escondida entre líneas.
—María, por última vez —le rogó Juan Ramón Jiménez, arrimando su silla—, ¿por qué no asume su papel y sale hoy a saludar con Gregorio?
[…] Ella le hizo un gesto para que bajara la voz.
—Porque estoy en mi papel, Juan Ramón. […] Siempre he asistido como espectadora a mis propios conflictos, y gracias a eso, es curiosos, pero todo lo que hago me parece ejecutado por otra persona.
A lo largo de sus páginas y de la mano del personaje fascinante de María Lejárraga, hacemos un recorrido social, literario y político, por casi medio siglo XX, sobre todo desde la proclamación de la II república, la Guerra Civil y la posterior dictadura que empujó al exilió a tantos intelectuales, incluida María. La escritora se vio obligada a vagar en un triste periplo, sola y sin apenas dinero, por varios lugares de Europa y América Latina, hasta su muerte en Buenos Aires.
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