La cosa es grave, me temo. Me he dado cuenta de que soy una descreída. Vamos, que ya no me creo nada. O casi nada (todavía tengo esperanza). Me dicen que el personaje de turno (político, pero no siempre) ha dicho tal cosa, y no me lo creo. Tengo que escucharlo de su boca. (Mi amigo me enchufa entonces a Youtube y, ¡ay! ver para descreer más, si ya lo decía yo).
Más aún: los personajes en cuestión manejan datos, gráficos, argumentos simplones cual trucos de prestidigitadores malos y me dan ganas de gritarles uuuuuhhh y lanzarles tomates, sí, a la pantalla de mi tele. Mis hijos se ríen de mí.
No me creo el sesudo informe del Banco de España o de instituciones similares varias que lanzan avisos a navegantes (¿al servicio de quién están?), ni el dictamen de este o aquel tribunal que igual hoy dicen sí, pero mañana no; ni lo que me dice esta empresa x, y pongo en cuestión algunas noticias de ciertos diarios, cuyos intereses me parecen oscuros.
Por descreer, ya no me fío ni de mi propia cuenta en Facebook, Instagram, Twitter y Cía, cuyos algoritmos se empeñan en mostrarme relevancias extrañas. También en Google. ¿Os acordáis del falso Benedetti? Pues eso.
Por descreída dudo hasta del buen criterio de mis personas de confianza que comparten en nuestros grupos lo que sea dándolo por bueno, sin pararse a pensar. Es tan perverso este descreimiento que hasta me hace dudar de mi propio criterio a la hora de dar por creíbles ciertas noticias, ciertas fuentes, ciertos hechos, y no otros. Tal vez es solo lo que quiero creer y me equivoco más de una vez o diez.
¿En qué/quién confiar?
Y es curioso. A medida que descreo de ciertos organismos, instituciones, organizaciones atravesados por intereses espurios u ocultos, más creo en el valor de las personas coherentes, honestas, sensatas, alejadas de los dogmas ni de las verdades absolutas. De esas para las que no vale todo, ni aceptan un fin que justifique los medios (hasta donde yo sé). Y sobre todo, más valor le doy a las fuentes de las que me informo, más defiendo el trabajo profesional (averiguar, contrastar, verificar, contextualizar) de medios de comunicación en los que confío, sin por eso ser consciente de sus afinidades y dependencias de grupos de interés, que las tienen.
Así las cosas, he pensado que ni robots, ni bitcoins ni nada. La moneda de cambio del futuro va a ser la credibilidad. Esa credibilidad que se construye día a día, tan fácil de derrumbar.
El otro día lo pensaba (imaginé hasta un relato con la idea): ¿qué pasaría si un día, de pronto, todo cuanto me llegara por la tele, por las redes sociales, por la prensa fueran verdades “construidas”, medias verdades o fake news? ¿Qué pasaría si un día, de pronto, no pudiera o no supiera distinguir entre unas y otras? Si me llegara un mensaje a través de una persona o grupo de confianza en la que me dijeran, por ejemplo, que un pederasta o un violador que ya ha cumplido su condena vive en mi pueblo. ¿Lo creería? ¿Cómo saber si es cierto o mentira? Imaginad que me cruzo con él en la calle, ¿lo miraría igual, a pesar de que tal vez todo fuera un bulo y él fuera inocente? (Es un caso extremo, solo es para entendernos).
Pues eso. No tardaremos mucho en dar lo que sea por saber de qué o de quién te puedes fiar a la hora de estar informadas, conocer lo que ocurre, consumir, entender el mundo en el que vives. Mientras tanto, me temo que seguiré siendo un hueso duro de roer.
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¿Y cómo creer?
Cuando me siento por las mañanas frente al ordenador, suelo leer los periódicos digitales. De “todos los colores”. Las mismas noticias parecen distintas dependiendo de dónde se lean, y lo que para unos es catastrófico, otros hacen un pequeño apunte.
¿Qué se puede hacer al respecto?
Supongo que ahí es nuestra experiencia o las opiniones que tenemos formadas las que deciden a quién creer, pero ¿quién nos dice que nuestra opinión es la correcta? ¿Qué factores han hecho que yo piense así o asao?
Para mi, el caso hipotético que planteas, ese relato que te imaginas, no está tan lejos de la realidad actual.
¡Beso!
Hola María Ángeles! Se nos ve el plumero periodístico ¿eh?
Si hablamos de noticias/información y no de opinión, para mí no es tanto una cuestión de línea editorial de los periódicos, que cada uno tiene la suya y, más o menos, la conocemos. Si eres de las que leen periódicos de todos los colores cada día, estoy segura de que sabes distinguir lo que es información de lo que no lo es, o lo es… a medias.
Tampoco entro a discutir si mi opinión es o no correcta. Es la mía, formada a partir de mis valores, mis estudios, mi experiencia vital, mis lecturas, mis ideas, sean correctas o no (para mí, lo serán; para el de mi vecina, tal vez no).
No es tanto eso, como el hecho de que en estos tiempos estamos expuestas a corrientes de desinformación ante las cuales estamos bastante indefensos como ciudadanos. Y por desinformación entiendo noticias falsas, medio verdades, sin fuentes ni datos mínimamente contrastados, sin rigor, y lo más importante: hechas con el único objetivo de manipular, no de informar.
Yo quiero creer que existe todavía un periodismo riguroso, profesional, creíble, consciente de su papel en una democracia, que trabaja bajo unos estándares de exigencia de los que me puedo fiar. Puedo aplicarle los “filtros” que quieras en función del grupo mediático del que se trate, como ha ocurrido siempre, pero eso no significa que la información sea mentira ni medio verdad. (Esto no se aplica por sistema a todos los medios, ni mucho menos). Y si lo es, si descubro que me han engañado o manipulado, creo que los que más pierden a medio plazo son ellos: perderán la credibilidad y la confianza de sus lectores. Mal negocio en estos tiempos que corren.
Mi problema de descreimiento no es tanto con los medios (más o menos, tengo claro de cuáles me puedo fiar, mientras no me demuestren lo contrario) como con el uso que se hace de la información y la comunicación en la actualidad. Creo que los ciudadanos estamos bastante indefensos en estos momentos. Hemos tardado un siglo en aprender a informarnos a través de la prensa, de la radio y de la televisión. Y ahora no tenemos tiempo para aprender a informarnos por medio de estas nuevas tecnologías que nos han cambiado las bases de la comunicación (receptor, emisor, mensaje, [medio]), que cambian a cada instante, que están al alcance de cualquiera (para bien o para mal) y que son incontrolables.
Si te das cuenta, la idea de mi hipotético relato en el post se basa en una información que me llegaría a través de un grupo de confianza en whatsup.
¿Qué se puede hacer al respecto? Pues no lo sé. Renunciar a las redes sociales no es una opción. Lo único que puedo decir es que no suelo leer ninguna noticia ni “compartido” con sesgo político que me llega por whatsup u otras redes. Si leo alguna noticia de esas, le aplico a mi gente de confianza los mismos criterios que aplico a los periódicos: conozco su tendencia política, creo conocer sus intereses, sé cómo son, hasta qué punto son confiables, y a partir de ahí, leo y valoro. Esto no es garantía de nada, pero mientras aprendo cómo enfrentarme a ello, es lo único que puedo hacer.
Besos!
¡Madre mía!, cómo se nota que sabes mucho de este tema y tienes una opinión muy formada.
Desde ya te doy las gracias por esa pedazo de respuesta tan bien explicada.
Me encanta lo que dices de que “hemos tardado un siglo en aprender a informarnos a través de la prensa, de la radio y de la televisión”, y creo que por ahí va la cosa, en adaptarnos a los buenos tiempos y aprender a discernir entre lo que creer y lo que no que nos llega a través de las nuevas tecnologías. El uso que se hace de ellas en momentos muy puntuales, también puede ser un arma de doble filo que a veces deberíamos pararnos a evaluar.
Beso grande.
¡Jajaja! No sé tanto, no te creas. Pero sí me interesa mucho, me preocupa más y últimamente, estoy bastante atenta al tema. ¡Besos!