Collage de Danii Kessjan
En cualquier libro, pero sobre todo en estos tiempos de sobreabundancia de publicación, la portada (o cubierta, que sería el término correcto) es casi lo más importante para destacar entre la inmensa oferta de títulos y llamar la atención de un posible lector/a, sobre todo si eres una auténtica desconocida, como es mi caso. El primer impulso de compra de un libro llega de la portada.
Además, si tu librería va a estar online (Amazon, por ejemplo), ya ni te cuento: tu novela la verán, si es que la ven, entre otras mil, en la pantalla del ordenador en el mejor de los casos, o de móvil, en el peor, y al tamaño de tu pulgar.
Así que la portada tiene que ser la bomba: llamativa, atractiva, original, sugerente, con aspecto profesional… En fin. Es muy complicado. O me lo parece a mí, que no me dedico a eso aunque me guste meter baza como autora/madre de la criatura. Por eso creo que debe hacerla siempre un profesional. Es una inversión que merece la pena.
Crear la portada de “El mapa de mi piel” nos dio muchos quebraderos de cabeza, sobre todo a mí, que tenía una idea concreta en mi cabeza que mi diseñador (mi santo, porque lo es) no terminaba de ver. Él me decía que mi idea no funcionaba en el formato de una cubierta y me presentó varias alternativas que a mí no me encajaban para nada.
Y yo, erre que erre. Seguía insistiendo en mi idea, que cada vez era algo más difusa (o confusa, abstracta, inviable, según él). Cada día le bombardeaba el correo con fotos, imágenes, dibujos o lo que fuera que me pareciera inspirador para su proceso creativo.
Imágenes como estas que he recopilado aquí, que me siguen pareciendo preciosas y sugerentes.
Ilustración de Judith van den Hoek
Quería piel, flores –en realidad, confieso que quería el tatuaje de una enredadera en el costado, como el que luce mi protagonista–, fuerza, positivismo.
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