Razones para volver a París

 

París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo a cambio de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices.

Ernest Hemingway, París era una fiesta

Volvería a París sin ningún motivo en especial, año tras año. Por el simple placer de pasear sin rumbo, eso tan parisino, que diría Víctor Hugo; sentarme en sus cafés ( Le Deux Margots, o el de Flore o La Closerie des Lilas o Le Procope más restaurante ya que café, ) como lo hacía Sartre, o Hemingway, o  o Marguerite Duras o Julio Cortázar, entre tantos otros, con el deseo de fundirme allí como parte del paisaje y su gente, si fuera eso posible.

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3 novelas de amor con humor

Personajes con un punto estrambótico, situaciones algo locas de las que no puedes sino reírte, y amor. Amor y humor es una combinación que siempre me ha gustado en los libros y también en el cine, desde aquellas comedias de los años 60 a lo Doris Day en Pijama para dos, a las más contemporáneas de 4 bodas y un funeral o El diario de Bridget Jones.

He escogido tres novelas muy distintas, tres historias que me hicieron pasar un buen rato con pellizquito en el corazón incluido.

El proyecto esposa, de Graeme Simsion

“Me llamo Don Tillman, tengo treinta y nueve años y soy profesor adjunto de Genética en la Universidad de Melbourne. Mi trabajo está bien remunerado, me alimento de forma equilibrada y regular, y mi condición física es óptima. En el reino animal, no tendría ninguna dificultad para aparearme, pero en el humano, nunca he logrado tener una segunda cita con la misma mujer”. Así se define el protagonista masculino de esta divertida novela, un científico que padece el síndrome Asperguer, lo cual le dificulta las relaciones sociales. A pesar de eso, Don decide afrontar su búsqueda de esposa de la misma forma que afronta un proyecto profesional: realiza una investigación y define un algoritmo que le permita dar con la candidata perfecta para él y sus curiosos comportamientos propios de una persona con Asperger. Confieso que me gustan los protagonistas masculinos atípicos, más inteligentes que guapos, y Don me conquistó a mí, y a la que finalmente será su esposa, una chica que irá rompiendo todos y cada uno de sus esquemas mentales.

Gente que viene y bah, de Laura Norton

Me había leído No culpes al karma… con el que disfruté mucho y no dudé en leerme la segunda novela de esta autora española que firma con seudónimo. Gente que viene y bah gira en torno a Bea, la típica protagonista listilla, metepatas e ingenua, que huye de Madrid hacia tierra natal en el Norte después de que su prometido le pusiera los cuernos con una presentadora de televisión y provocara su despido en el estudio de arquitectura donde trabajaba. De regreso a su pueblo se encuentra con un tremendo enredo familiar y un viudo pelirrojo con el que no empieza, precisamente, con buen pie. Y entre medias, un pueblo enfrentado por un proyecto ecológico, un enano que demanda su paternidad, un hermano liado con un guarda civil, una casa de madera en un árbol y un exnovio arrepentido que llega perseguido por su nueva novia, dispuesta a grabar allí su programa de televisión (con crítica a la información-espectáculo incluida). Muy divertido, y en mi opinión, una historia más armada y redonda que su anterior novela.

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Todo cuanto amé en 2016

Un año intenso, este 2016 al que ya hemos dado carpetazo y olvido. Yo todavía estoy cerrando flecos, recuperando notas, aquilatando lo vivido. Mucho. Y vuelvo a echar mano de mi apreciada Siri Husvedt a quien robo una vez más el título de una de sus novelas, para condensar doce meses de viaje personal, con las sensaciones a flor de piel. Sin orden ni concierto, esto es todo cuanto amé en 2016:

Ese estado de hervidero interno constante. De dudas y certezas. Los desvelos creativos en mitad de la noche. Los intentos fallidos. Los prometedores.

Ese acto íntimo, el de escribir que decía Marta Fernández, el de entregarse a las palabras como el que se abandona en un cuerpo ajeno. Y el de atraparlas cuando se te escurren en el camino que va de la cabeza a los dedos. Dudando de todo, hasta de si aceptas solo sin acento (qué remedio). El masoquismo creativo de padecer gozando o gozar sufriendo.

Saltar de la cama, feliz, sea la hora que sea. El primer café. Y los dos o tres siguientes. Atisbar el día que hará a través de la cortina. Mi desayuno en silencio y el primer abrazo de la mañana de un adolescente adormilado. Que se nos hagan mayores y vernos en ellos. Que me sorprendas, todavía.

La Central en Madrid, y el despliegue de notas en una pequeña mesa esquinera de su café (¿te acuerdas?) El tacto de mi Kindle nuevo, su luz cuando todos duermen. Buscar refugio en los libros, y encontrarlo en un buen puñado: en Diarios de Gil de Biedma —«Escribir no salva, como creían Proust et alia y como desearíamos todos, pero sí que alivia», dice entre sus páginas—, y en alguno de sus libros de poemas (inevitable leerlos, después de amar sus intimidades y obsesiones); después vendrían el discurrir de la vida de Dos amigas en los cuatro libros de Elena Ferrante; la ternura desolada de Intemperie, de Jesús Carrasco; la fantasía de El nombre del viento y El temor de un hombre sabio, de Patrick Rothfuss, hasta llegar, in extremis, las últimas semanas de diciembre, al doloroso Tan poca vida, de Hanya Yanahigara. Y entre medias, otros muchos, pero sobre todo, las novelas románticas que tanto me gustan y que reseñé a menudo en este blog.

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El espíritu de las navidades presentes

Decoración navideña Lo hablábamos hace un par de semanas mis amigas y yo, a unas horas más bien intempestivas de la noche (así que puede que desvariáramos un poco entre mojitos y gominolas, perdonadme si es así): esto ya ni es Navidad ni es nada. Es un sucedáneo de tradición. Una excusa para comer sin medida y gastar sin remordimientos. Un envoltorio de brillos y luces casi vacío en su interior. El señor Scrooge ha regresado de su tumba para reírse de nosotros y del espíritu de las navidades presentes.

Supongo que tener niños pequeños ayuda a mantener un poco más la magia de estas fechas. Nos reunimos alrededor de ellos por el simple placer de ver sus caras de asombro, su ilusión ante esos regalos que aparecen como caídos del cielo —ya sea a lomos de camellos o de un trineo tirado por arces—. Con ellos parece que nos bastan esos pequeños detalles para que todo merezca la pena.

Después, los niños crecen y dejan de hacer listas de regalos porque tienen tanto que ya no saben qué pedir, salvo dinero; creo que no hay nada que deseen con la misma fuerza con la que lo deseábamos nosotros entonces, sin tanto a nuestro alcance, ni tampoco les preocupa aquella incertidumbre nuestra de saber si se cumplirían nuestros deseos o no: ellos no tienen ninguna duda.

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Permiso para ser imperfectas

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Foto de Inge Morath. Clase de belleza. NY 1958

Me he dado permiso para ser imperfecta.
No ha sido fácil: he tardado varias décadas de mi vida en conseguirlo. Demasiado tiempo para aceptarme y sentirme cómoda conmigo misma, con mi cuerpo, mis aspiraciones, mis limitaciones. Con lo que soy y lo que no soy. No es que antes no lo supiera o no me conociera bien; es que no lo aceptaba, que es distinto.

Tantos años boicoteándome. Me revolvía contra mí misma por no encajar en esa imagen ideal que me había formado en mi cabeza, o por no ser lo que pensaba que los demás esperaban de mí; por no llegar a esas metas tan fascinantes sobre el papel pero tan poco ajustadas a mi persona y a mi realidad;  o por no dar la talla en esa idea de mujer que la sociedad nos proyecta a cada minuto.

Ese mejunje entre lo que la sociedad proyecta, lo que tu entorno parece reclamarte (aunque solo sea una percepción tuya) y lo que tú deseas, es la perfecta locura: Debes ser atractiva, sexy, delgada, estilosa, agradable, divertida, joven (o aparentarlo); además, como cualquier mujer de su tiempo, tú quieres trabajar o desarrollar una carrera profesional más o menos exitosa. Y casi sin darte cuenta, llega un momento en que también te conviertes en mamá (de tres tigres, en mi caso) con los que quieres hacerlo requetebién para que te salgan unos niños también perfectos, cariñosos, responsables, inteligentes, bilingües, creativos y educados en valores. Pobrecitos míos.

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3 grandes (e imprescindibles) novelas románticas

Son auténticos novelones con grandes historias de amor, personajes inolvidables, tramas apasionantes. Tres lecturas imprescindibles para las lectoras incondicionales del género. Son novelas de las que levantan pasiones y no dejan indiferente, cada una con su estilo y su ambientación. A mí me gustaron las tres, unas más que otras, pero sin duda las recomiendo «muy mucho».

captura-de-pantalla-2016-11-24-a-las-11-16-39Flores en la tormenta de Laura Kinsale

Es una de mis novelas románticas  favoritas, si no la más. Todo un clásico ya del género, que no me canso de releer cada cierto tiempo porque la forma de escribir y expresar las emociones de esta autora enamoran. Es un lujo leer una novela romántica tan bien escrita y documentada, en la que cada palabra y cada detalle contribuyen a dotar de sensualidad la historia. Me encanta el personaje de Maddy, la cuáquera solterona, sencilla y humilde, y el de Christian, duque de Jervaulx, un juerguista, mujeriego, con una mente brillante para las matemáticas, orgulloso, apasionado. Dos mundos totalmente opuestos en la Inglaterra del siglo XIX, que se van a encontrar en la relación que establecen ellos dos desde el momento en que a él le da un ictus que le paraliza el habla y medio cuerpo, y ella se convierte en su enfermera dentro de la institución mental en la que lo recluyen. A partir de ahí, la historia discurre a impulsada por el conflicto interno que mantiene cada uno consigo mismo —ella por preservar sus valores y creencias; él por recuperar el control sobre sí mismo y volver a ser el duque—, con su entorno y entre ellos dos. Personalmente, creo que Flores en la tormenta es una novela que dignifica el género romántico.

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Cómo amamos las mujeres

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Es el eterno tema en liza, lo que nos da la vida, lo que nos quita el sueño, la piedra en la que no nos importa tropezar una y mil veces, si es necesario. Nada nos llena tanto como amar y sentirnos amadas, pero no de cualquier forma. Doce mujeres –diez escritoras brillantes y dos actrices de carácter– expresan en estas 12 frases de amor su visión de cómo amamos las mujeres.

El día que una mujer pueda amar no con su debilidad, sino con su fuerza; no escapar de sí misma, sino encontrarse; no humillarse, sino afirmarse… Ese día el amor será para ella como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal.
Simone de Beauvoir

 

¿Puedo amar a alguien y todavía pensar, volar?  Amar es volar bajo, flotando, aunque sea un vuelo solitario batiendo las alas.
Susan Sontag

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3 hallazgos de noviembre: de planes, jabones y cenas

Como parte irrenunciable de mi alma inquieta siempre estoy a la caza de planes interesantes, lugares diferentes en los que conocer a personas con otros intereses distintos a los míos o quizás similares, pero con otras vivencias de las que aprender. Fruto de esas exploraciones me topo con muchas cosas variopintas, algunas mejores, otras peores, otras que son más de lo mismo. A menudo tengo la sensación de que leo, veo, escucho las mismas ideas aunque presentadas con un envoltorio distinto, así que me hace ilusión compartir pequeñas iniciativas originales que me sorprenden por algo, como estas de las que hablo aquí.

captura-de-pantalla-2016-11-09-a-las-12-24-49Mi petit madrid

Lo conocí a través de una amiga que conoce a una de las fundadoras de esta web que te ayuda a descubrir todos esos pequeños rincones secretos de Madrid: lugares, propuestas y planes por temáticas y para todos los públicos. Hay un Petit Madrid Goumet, un Petit Madrid de niños, uno de cultura, y de slow life, y de moda y belleza… y también un Petit Madrid por estaciones, y por semanas, y por findes… Un Madrid a la carta en el que te pierdes entre un sinfín de ideas para hacer… ¡y luego nunca haces!

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