La noche del sábado me senté delante del ordenador sin saber muy bien qué escribir, cómo expresar la inmensa pena que me había provocado la muerte de Almudena Grandes. Me salió un texto para la newsletter que envío de ciento en viento a mis suscriptoras y que he recuperado en parte aquí para expresar mi último adiós a esa escritora inmensa a la que tanto admiraba. Esa tarde, al conocer la noticia, pasé de la incredulidad a la pena, y esa congoja me acompañó durante la lectura ansiosa de los artículos que se iban publicando sobre ella a medida que se difundía la noticia.
Incredulidad porque no entendía cómo era posible que, en poco más de un mes que había transcurrido desde que ella misma contó en su columna de El País que le habían diagnosticado un cáncer hacía más de un año, pero que se sentía bien, luchando y sin dejar de escribir, hubiera empeorado tanto como para llegar tan rápido a este final. Ahora lo releo como una especie de despedida anticipada por lo que vendría; quizá la aceptación del final, no lo sé.
Grandes entre los grandes
Entre las escritoras vivas que tenemos en España, Almudena Grandes es la que sentía más cercana, más palpable, quizá porque desde que leí su primera novela, Las edades de Lulú, tan atrevida, tan desinhibida, empecé a mirarme en ella. Cuando ganó el premio “La Sonrisa Vertical” tenía veintiocho años, era casi diez años mayor que yo, pero por aquel entonces, yo ya ansiaba ser escritora y me admiraba tanto como envidiaba su valentía, su libertad y descaro para presentarse sin complejos en las librerías con una primera novela erótica, aunque viniera respaldada por una editorial respetable como Tusquets y el cineasta Luis García Berlanga hubiera ejercido de presidente del jurado que le concedió el premio.
Ahora lo pienso y la admiro aún más: eran otros tiempos, tal vez más desinhibidos sexualmente en ciertos aspectos, pero todavía muy machistas, también en el mundo literario, y ella podría haber cargado con unas cuantas etiquetas despreciativas el resto de su carrera literaria.
El hecho de que una mujer publicara abiertamente una novela erótica en aquella sociedad mojigata y reprimida post-transición, no solo era un reflejo de su personalidad valiente y libre, sino también una auténtica declaración de intenciones literarias: con la pluma en la mano, no temía enfrentarse a nada ni a nadie, más que a las alegrías y las miserias de los personajes de sus novelas. Libertad absoluta.
In memoriam de su literatura
Lulú no me sedujo especialmente (me temo que por mi mojigatería) pero me atrapó con Malena es un nombre de tango, Los aires difíciles, El corazón helado, Inés y la alegría…
Uno de los titulares sobre su muerte afirmaba que noveló como nadie antes la épica de los perdedores con su serie sobre la Guerra Civil española, y en la España polarizada que tenemos, esa debe de ser razón suficiente para que se la ningunee anteponiendo sus ideas políticas a su literatura. No importan la magnitud de su obra, ni la legión de lectores que tiene, ni los reconocimientos nacionales o internacionales que acumulaba (Premio Nacional de Narrativa 2018, entre otros), parece que en ciertas instituciones (instituciones que nos representan a todos, al conjunto de la sociedad) solo se tiene en cuenta si era “de los nuestros” o “de los otros”, lo cual no deja de ser una forma de desprecio mezquino por lo que conforma la cultura de un país.
¿Alguien se imagina que se aplicaran esos criterios en la muerte de García Márquez, (por poner un ejemplo reciente, aunque no sea un escritor patrio)? ¿O de Vargas Llosa, con ideas políticas opuestas? ¿O qué hubiera ocurrido si hubiera sido Antonio Machado o Rosa Chacel? ¿Qué dice de España como país el hecho de que la memoria de sus grandes voces culturales (literarias, artísticas, musicales, intelectuales, etc) ahora dependan del juicio partidista de los políticos de turno? En mi opinión, dice algo triste y alarmante a la vez: que la “guerra cultural” entre unos y otros ha empezado a ensuciar también la riqueza literaria, musical, artística, intelectual, etc, de nuestro país.
Almudena Grandes, una de las grandes escritoras que ha tenido España en los últimos treinta años, se ha muerto. Sé que echaré de menos las novelas que ya no escribirá, pero se quedará siempre conmigo en las que escribió.
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