La maternidad nunca ha sido un tema al que le haya dado muchas vueltas. Fui madre porque quería o más bien, lo di por hecho. No me planteé no serlo de manera voluntaria. Tampoco me vendió nadie una maternidad idealizada ni nada por el estilo, así que me pareció un tanto infantil esa polémica de no hace tanto en la que algunas mujeres decían sentirse engañadas por eso.
Cualquiera con un poco de sentido común podría imaginarse que la crianza, el cuidado, la educación y todo eso mezclado con unos sentimientos intensos hacia una personita (o más de una) no es algo fácil ni idílico, pero tampoco una tortura diaria. Es gratificante, pero duro. Te cambia de manera radical tu vida personal, la de la pareja, la vida social y la laboral durante años, qué os voy a contar. Y si estás sola, ya ni hablamos.
Amor de madre o lo contrario
Hace unas semanas leí una novela que me removió mucho a propósito de este tema. Se titula Amor, de Hanne Orstavik. Al parecer, la idea de la novela surgió a partir de la pregunta que se hizo a sí misma la escritora poco antes de dar a luz: ¿cómo le demuestro a mi hijo que le quiero? ¿Cómo se demuestra el amor maternal? ¿Cómo se es “madre”?
Y ese es el tema del libro. Trata sobre la relación entre una madre y su hijo de unos ocho años en un pequeño pueblo noruego al que se acaban de mudar, en pleno invierno. En la historia, en el lugar, en el momento en que transcurre, en el estilo narrativo, hace mucho frío. Y si nunca antes me había parado a pensar demasiado en la experiencia de la maternidad y en las formas de ser madre, después de leer este libro, lo he hecho. ¿Quién no se ha desentendido un rato del niño, porque llegabas cansada del trabajo? ¿Quién no ha estado pensando en otras cosas mientras tu hijo te habla? Yo lo he hecho alguna vez y no me culpo por ello, ni me considero mala madre. Y sin embargo.
En “Amor”, la autora lleva al extremo estas situaciones para enfrentarte, en mi opinión, a una forma de vivir la maternidad, tal vez propia de estos tiempos, con terribles consecuencias. La autora no la juzga; los lectores no sé hasta qué punto podemos juzgar lo que ocurre en apenas una tarde-noche, pero desde luego, te deja tocada. (No, no hay malos tratos, ni abusos, ni nada de eso; es todo mucho más cotidiano, más sutil).
Mil maneras de vivir la maternidad
Hace tiempo que dejé de juzgar la maternidad de otras. Creo que cada cual lo hace lo mejor que puede, que sabe. Y basta que critiques algo para que la vida (o tu propio hijo o hija) te ponga en su sitio más pronto que tarde. No sé hasta qué punto los consejos o advertencias valen de algo, pero de mi experiencia, mis aprendizajes (aún inconclusos):
- Tú puedes leerte mil libros, escribir una lista interminable de propósitos educativos, programar al milímetro su formación, que ya vendrá la realidad del día a día y la personalidad de tu niña o niño para ponerte en tu sitio rápidamente.
- No los quieres a todos por igual; los quieres diferente. Ni más ni menos.
- De igual modo, ellos reclaman de ti respuestas diferentes, adaptadas al carácter y las necesidades de cada uno de ellos.
- Sufrir pequeñas decepciones como madre es libre e inevitable. Yo me las callo porque las decepciones son solo mías, nunca suyas.
- Si no has creado el hábito de mantener conversaciones sobre distintos temas con ellos antes de los diez o doce años (y no me refiero a “conversar” sobre el orden de su habitación o a que se deje de tanto Fornite y estudie); si no lo has hecho antes, es difícil pretender que converséis después de los doce.
- Las primeras charlas sobre el sexo son más fáciles, naturales y eficaces a los diez años que a los trece. (Lo sé por experiencia). A partir de los trece (por decir una edad fronteriza), ahórratelas. Ni te escuchan ni ya sirven de mucho.
- A partir de los quince y cada cierto tiempo, sé pesada aunque no te escuchen: atención a las drogas, ojo al alcohol, insiste en el uso o la exigencia de preservativos si de pronto se ve en esa tesitura (solo por si acaso).
- Los sermones, si buenos y breves, siempre son necesarios. Eso sí: elige el momento adecuado y sé imaginativa en el contenido y/o en la forma. Un ejemplo: escríbele una carta, como hacía Scott Fitzgerald con su hija.
- Algunos dirán lo que quieran, pero llegará ese momento concreto y único en tu experiencia de madre en que ni diálogo ni buenas palabras ni nada: o le das un tortazo o te marchas un rato. Te marchas, claro. A la pastelería de la esquina, que los enfados con un buen cruasán y un chocolate, se desinflan.
- Por la mañana, cuando despierto a un chicarrón que casi sobresale por los pies de la cama, a veces siento nostalgia de aquellas otras mañanas de sus seis años, tan tierno y blandito, hecho un ovillo.
- Y sin embargo, qué orgullo verlos así, criados y crecidos, convertidos en adolescentes – adultos con su proyecto de vida, te guste o no, la suya propia.
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La imagen es de Matt Hoffman en Unsplash.
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Qué entrada, María.
Preparada para leer Amor (en préstamo digital desde hace unos días, así que tu post ha sido providencial) . Qué bonito lo cuentas, con qué sinceridad y serenidad (eso que tan bien transmites en tus entradas).
No tardes tanto en regalarnos entradas como estas.
Un beso.
PD: Deseando que llegue el sábado.
Los temas que me tocan más, me cuestan más sacarlos afuera. 🙂 Deseando comentar Amor contigo. A ver si el sábado!
Me ha encantado, María, cuanta verdad en tus palabras.
Muchas gracias, María. De esto sabemos un poquito ¿verdad? Nunca lo suficiente. ¡Besos!