Hasta ahora no había pensado en la palabra inspirar pero hace un par de días, leyendo un artículo, la miré con ojos nuevos. Y al hacerlo me he dado cuenta de que significa tomar aire, oxígeno, hincharse por dentro para luego expirar, respirarlo todo. Lo hacemos de manera automática, pero a veces, decidimos hacerlo conscientemente, con el cuerpo alerta.
Es un proceso muy revelador del mismo proceso creativo: inspirarse en todo lo que ves alrededor (gente, momentos, objetos, libros, imágenes, sabores…), asimilarlo y filtrarlo a través de ti (de tus emociones, de tu conocimiento, de tu vida), y respirarlo después, ya sea en forma de texto, de arte, de música, de platos de cocina, de lo que sea. En mi caso es de escritura, de palabras.
En realidad, creo que la inspiración y la creatividad están idealizadas. Todos tenemos momentos creativos, aunque no sean necesariamente “artísticos”. Todos tenemos ideas fugaces que se pasean por nuestra mente como Pedro por su casa, y podemos optar por dejarlas pasar o agarrarlas y exprimirlas. El que se conviertan en algo más que una idea depende de la “transpiración”, como decía Picasso, de sudar la gota gorda, vamos. De trabajar mucho para desarrollar esa idea inicial.
A veces pasamos por épocas muy creativas (la infancia, la juventud), y otra veces por épocas muy terrenales, en las que dejamos de mirar alrededor y nuestro radar es de miras muy cortas, por las razones que sean. Siempre estamos a tiempo de recuperar esa capacidad de mirar alrededor y sorprendernos con lo que vemos (en mi opinión, ese es el primer paso para “inspirarse”), con curiosidad o como si lo viéramos con los ojos de un niño. Creo que más que difícil, es una especie de entrenamiento que mejora con la práctica.
¿Qué me inspira a mí?
Me inspiran los libros y las palabras. Las buenas historias, las que te trasladan a un sitio distinto o las que te dejan con un reconcome interno varios días; las citas o pensamientos que de repente encuentro por ahí. No tienen por qué ser poéticas. Simplemente, verdades o emociones auténticas. Y como en este blog hablo mucho de mujeres y de libros, del último año podría mencionar libros de distintos registros como “la Trilogía de Nápoles”, de Elena Ferrante, de la que ya he hablado, o “Cómo se hace una chica”, de Caitlin Moran, o “También esto pasará” de Milena Tusquets, y en clave romántica, alguno de Marian Keyes, o de Courtney Milan, o de Elisabet Benavent. También sigo algunos blogs como Nada Importa, Café desvelado, June Lemon o Crush Cul de Sac, por ejemplo.
Me inspira el café. Me siento con una taza de café entre manos y es como si le diera a un interruptor: comienzo a divagar caótica y plácidamente.
Me inspira la gente en momentos cotidianos: alguien en quien me fijo mientras espero en la cola del supermercado, o una pareja que parece discutir en un parque, o una ventana iluminada en una casa a través de la que se ve un trocito de salón.
Me inspiran las buenas conversaciones, esas que te ponen las pilas y parece que encadenas ideas, que te abren la mente, que de repente, dices cosas que ni siquiera sabes que sabías. Tan estimulantes, tan escasas.
Me inspira la belleza en general, en la naturaleza, en el arte, en la música, en las ideas, en los objetos. Estoy intentando recordar dónde o a quién se lo he leído hace poco pero decía algo así como que la condición humana necesita de la belleza –crearla, recrearla, contemplarla– para vivir y saber que siempre podremos ser más grandes.
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