A vueltas con el debate de la asignatura de Filosofía en la educación, que dura ya… más de diez años. Hoy en día, no creo que nadie discuta la pertinencia de incluir esa materia en el currículum académico, tanto del alumnado de ciencias como de letras. No sé a partir de qué curso debe ser obligatoria u optativa, lo que sí sé es que de nada servirá si no se replantea el método pedagógico y los objetivos que se persiguen al enseñarla.
Cuando mis hijos estudiaban en el instituto, en el primer curso aprendían fundamentos de pensamiento filosófico, y en segundo de bachillerato el profesor/a les daba una lista de autores y su obra filosófica, ordenada en base al porcentaje de posibilidades de que cayera en el examen de Selectividad o Evau de ese año. Memorizaban los textos como papagayos, lo entendieran o no. Y claro, después de eso, se les ha atragantado para el resto de su vida.
En estos tiempos de caos, incertidumbre, de avances científicos y desafíos humanos extraordinarios, de sobreinformación e híperconexión entre la gente, de imperio de lo efímero, lo fácil, lo insustancial, más que recitar teorías y escuelas filosóficas de memoria, pienso que el esfuerzo académico debería concentrarse en enseñarles a razonar, en entender las ideas hasta el punto de poder argumentarlas, debatirlas y rebatirlas, si fuera preciso. Así se entrenarían en el ejercicio de la libertad intelectual, como suele decir el filósofo y profesor Emilio Lledó.
No es tarea nada fácil ante estudiantes enganchados al consumo de contenidos digitales brevísimos, visuales, divertidos, a ritmo de bailes y músicas. Imagino que la sola mención de la palabra Filosofía, basta para desconectarlos de la clase. Pero al igual que en otros campos, también en innovación pedagógica se ha avanzado mucho y la enseñanza de la filosofía la pide a gritos.
“Nada de lo humano me es ajeno”
Y tanto da si es alumnado de ciencias, de letras o de artes. En el mundo antiguo, la ciencia, las artes, la filosofía, eran parte de un mismo todo. La observación de la Naturaleza, la cosmogonía, lo divino y lo terrenal y todo aquello que tuviera que ver con el ser humano les llevó a dominar conocimientos de todo tipo: médicos, astronómicos, matemáticos, artísticos, musicales. “Nada de lo humano me es ajeno”, decía un viejo proverbio latino que utilizó también Unamuno en alguna de sus obras.
Todo está relacionado si de entendernos a nosotros mismos y nuestro lugar en el universo se trata. El pensamiento abstracto de la ciencia se nutría de poéticas metáforas para describir el mundo, de igual manera que María Zambrano proponía acercarse a la filosofía a partir del lenguaje poético. Y no es la única, otros científicos/as han entrelazado ciencia y poesía de manera complementaria para conocer la realidad.
Con el transcurso de los siglos, estos conocimientos fueron disgregándose unos de otros hasta llegar a la hiperespecialización actual que, prácticamente, nos convierte en maestros de un conocimiento muy específico y en analfabetos de todo cuanto quede fuera de ese círculo. Y sin embargo, seguimos admirando a esas personas con formación humanística capaces de relacionar conocimientos de distintas disciplinas: científicas, artísticas, filosóficas, médicas.
Hace una semana estuve en una conferencia sobre Santiago Ramón y Cajal que impartía una de estas personas brillantes y polifacéticas como es Juan Luis Arsuaga. Paleoantropólogo, doctor en Biología, catedrático de antropología, entre otras cosas, y también escritor. El título de la charla me picó la curiosidad: “Y habitó entre nosotros. Cajal, un profeta”. Por razones varias, me interesaba mucho así que me sacudí la pereza inicial de una tarde lluviosa de marzo en Madrid y me planté en el Conde Duque a escucharlo.
El aleteo vital de las mariposas del alma
¡Qué espectáculo! Qué gran narrador, qué manera de hilvanar historias, de jugar, de emocionar, de relacionar temas dispares como la ciencia, la poesía, el cine. Qué capacidad de seducción la de Arsuaga con su cercanía y su apariencia de científico despistado. Nos mantuvo atrapados en su conferencia durante hora y media sin apenas respirar, escuchándole hablar sobre la figura de Cajal, su humanidad, los descubrimientos que hizo sobre el funcionamiento del cerebro, sobre las neuronas —”las mariposas del alma”, las llamó—, y la suerte tan dispar que ha sufrido su legado, el científico y el vital.
En el plano científico, Cajal abrió la puerta a un campo inconmensurable de investigaciones en neurociencia que todavía hoy se reconocen en deuda con él. Cómo se forman los recuerdos, las emociones, qué relación hay entre la mente y el cuerpo, dónde reside la conciencia del ser humano, qué nos hace humanos y no androides que sueñan con ovejas eléctricas, como imaginó Philip Dick en la novela que Ridley Scott llevaría luego al cine como Blade Runner.
Arsuaga explicó que uno de sus discípulos de aquellos años, el norteamericano Wilder Penfield, al que años más tarde reconocerían como cartógrafo del cerebro y el mismo cuyo apellido da nombre a un aparato que permite a los protagonistas de las novela de Philip Dick elegir su estado de ánimo cada día, prologó la primera edición en inglés del libro que sería el testamento científico de Cajal, “Neuronismo o reticulismo”.
Científico de alma peregrina…
En ese prólogo, Penfield describió con cariño su última visita al científico español poco antes de morir. Lo encontró sentado en su cama, con los dedos manchados de tinta y un fajo de papeles manuscritos en su regazo, tal vez la última corrección de sus memorias “El mundo visto a los ochenta años. Memorias de un arteriosclerótico” que se publicaría de manera póstuma.
En su particular homenaje a Cajal, lo recuerda como “gran español, sabio, científico de alma peregrina”, esa misma alma peregrina a la que se refería Yeats en su poema “Cuando estés vieja y gris…”:
CUANDO estés vieja y gris y soñolienta
y cabeceando ante la chimenea, toma este libro,
léelo lentamente y sueña con la suave mirada
y las sombras profundas que antes tenían tus ojos.
Cuántos amaron tus momentos de alegre gracia
y con falso amor o de verdad amaron tu belleza,
pero sólo un hombre amó en ti tu alma peregrina
y amó los sufrimientos de tu cambiante cara.
E inclinada ante las relumbrantes brasas
murmulla, un poco triste, cómo escapó el amor
y anduvo en las cimas de las altas montañas
y entre un montón de estrellas ocultó su rostro.
William Butler Yeats
Traducción de Nicolás Suescún
Y ahí terminó la conferencia. En algo más de hora y media habíamos viajado por la ciencia, el pensamiento, la poesía, el cine. Por una mínima muestra de nuestra cultura. Abandonamos el auditorio sintiéndonos en comunión con la grandeza del ser humano (aunque suene un poco cursi), capaz de traspasar las fronteras que separan las distintas áreas de conocimiento para adentrarse en las complejidades de la vida y el mundo.
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