Hace un par de días, hablando con mi hijo a propósito de las terribles imágenes de la guerra de Ucrania, se quejaba de que llevábamos ya demasiado tiempo en modo horribilis, afectados por desgracias sucesivas de las que no levantamos cabeza. Desde sus veintipocos años, puede que tenga razón.
Pero en seguida hicimos un rápido ejercicio de memoria y repasé con él en voz alta el siglo XX: una Guerra Civil en España y 40 años de dictadura; dos Guerras Mundiales, una de ellas con el uso (por parte de EEUU) de la bomba atómica sobre población civil (en Japón); fascismos, totalitarismos, genocidios (y no solo el de los judíos); una guerra en territorio europeo, la de los Balcanes; varias revoluciones que cambiaron regímenes milenarios (la de la URSS, la de China, la de Irán); epidemias mortales, crisis económicas, etc, etc.
Yo soy de la generación del babyboom, nací en el 68. Mis recuerdos infantiles son ya en democracia. Crecí en la libertad juvenil de los 80, al ritmo de las conquistas sociales, políticas, económicas y vitales de los 90 (mi primer trabajo fue el mismo año de la Guerra del Golfo, la de Bush padre). Nunca me planteé que me pudieran despojar de mis derechos, no me cabía en la cabeza. Llamémosle ingenuidad. O candidez. O peor todavía: soberbia, por pensar que éramos mejores, más sabios, más invulnerables que nuestros mayores.
El error de dar por sentado la paz
Ahora me doy cuenta de lo afortunados que fuimos de vivir una época de relativa paz, prosperidad, desarrollo en nuestro entorno. Cayó el muro de Berlín, terminó la Guerra Fría, comenzó la desescalada militar, los países se aliaron contra la idea de una nueva guerra, España entró en la UE, nos modernizamos a golpe de Expo, Olimpiadas de Barcelona, fondos europeos, bonanza económica. Desde nuestro palco de generación afortunada, dimos por hecho la paz, la democracia, el bienestar social, el futuro seguro y confiado que veíamos en nuestro horizonte.
Dimos por sentado todos esos privilegios que disfrutábamos, incapaces de imaginar lo inimaginable: una pandemia con millones de muertos en el mundo; revueltas de distinto signo; personas, familias, sociedades polarizadas en el odio al que piensa distinto; ciberataques a infraestructuras básicas —administraciones públicas, hospitales, gaseoductos, etc—, guerras híbridas que no sabemos ni identificar, y sobre todo, la amenaza de líderes reaccionarios que pretenden revertir derechos, reconducir el destino no solo de sus países, sino del mundo entero a un lugar sembrado de desconfianza, inseguridad y silencio.
Quizás ahora que lo estamos viviendo, que asistimos impotentes a una guerra brutal provocada por las ansias de poder de un solo hombre, seamos más conscientes de lo que nos estamos jugando. Desde el esplendor de Grecia y Roma, sociedades enteras han caído y se han levantado a lo largo de la Historia, y no siempre para mejor.
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